18- CODIGOS

Las amistades, a diferencia de la familia, son una cosa que tú eliges. Estudias y analizas a ciertas personas y las introduces en tu mundo, en tu día a día. Son personas que están ahí porque son necesarias para ti. Porque sin su comprensión, sin sus alegrías, sin sus tristezas y sin sus tonterías, no seriamos nosotros. Somos lo que son nuestras amistades y les debemos a ellas nuestra forma de ser. La amistad es incluso algo demasiado serio para hablar de ello en este blog. Comento la importancia de la amistad porque hace poco tuve la desgracia de presenciar como dos amigos, sin llegar a los directos ni a los ganchos, fueron rivales, en el peor sentido de la palabra, durante una noche. Una rivalidad que surgió por una mujer. Este pasado fin de semana dos amigos conocieron a un par de chicas muy simpáticas. Una de ellas era un verdadero amor (la simpatía es proporcional a la falta de belleza) pero mis amigos, en vez de jugar en equipo y dejar que la suerte (en este caso, la guapa) eligiese, decidieron, sabiamente guiados por su testosterona, comenzar una lucha sin cuartel donde imperaba la ley del "todo vale". Nada más salir del Sariketa empezó la contienda. Ambos utilizaron la siempre fiable técnica de intentar desgastar al rival con alguna mentira por la espalda, alguna historia ficticia o directamente dudando de su orientación sexual. Todo muy normal. Fueron unos 10-15 minutos de camino al Be Bop donde hubo de todo menos sensatez. Al llegar al Be Bop, y como si de un combate de boxeo se tratase, ambos se sabían ganadores e incluso se reían de las posibilidades del adversario. Ocurrió entonces que, en un movimiento digno de un experimentado estratega, uno de ellos se quedó a solas con la chica mientras los demás entrábamos al bar. Cuando el otro se dio cuenta de la jugada, corrió rápido a una de las cristaleras para ver qué estaba ocurriendo ahí fuera. Me enteré después que sus miradas se cruzaron, y que el que estaba con la chica le dedicó una sonrisa parecida a la de un banquero que acaba de engañar a alguien. Este, en otra jugada ingeniosa, salió a fuera para decirles que dentro estaban regalando camisetas y consumiciones. El instinto homicida estaba a flor de piel. Era un duelo en la cumbre. Pero se arregló cuando, en una lección de amistad como no he visto en mucho tiempo, uno de ellos se apartó de la lucha, alegando fatiga y aburrimiento. Todo apuntaba a que el otro le iba corresponder con un apretón de manos, en señal de respeto mutuo, y diciéndole que él también se apartaba. Pero no. El otro amigo se fue corriendo a donde la chica y a los pocos minutos salieron del bar. No nos dijo ni adiós. Nos contó después lo que le pasó con la chica y que casi se ahorca (después de cometer un homicidio). En definitiva, todos perdimos algo aquella noche. Uno perdió salud, otro perdió fe y yo perdí tiempo. Supongo que para que ciertas cosas no vuelvan a pasar, tienen que pasar al menos una vez.

Posdata: El karma es una jodida puta.